Luego de despejar las dudas de una posible equivocación en los resultados, comenzó nuestro viaje…dos lazarillas…
No puedo discernir quien guiaba a quien…se necesita de ambas. Yo necesitaba su voz, manos y olores, y ella fue necesitando mi mirada, brazos y fuerza.
Recuerdo que luego de la conversación desalentadora con su oncólogo, mi madre confesó que los dolores que tenía eran muy fuertes, por lo que necesitaba comenzar a tomar medicamentos lo antes posible.
Regresamos a la consulta del geriatra para comentarle lo que había señalado el oncólogo, y así, partir inmediatamente con los medicamentos paliativos. El médico le preguntó cómo se sentía, ante lo cual mi madre brevemente le señaló: he tenido una buena vida, en el amor no me ha ido tan bien, pero tengo hijos encantadores. No me puedo quejar, he sido afortunada.
Mi madre ya hablaba en pasado y comenzaba a revisar parte de su historia…también la quise acompañar en eso… sumergirnos en nuestra alma de mujeres.
Mientras ella hablaba evité mirarla, evité tirarme en sus brazos y llorar como una niña, y más bien mantuve el rol de lazarilla…escribía y sólo escribía instrucciones, horarios y efectos posibles…
Mi madre al finalizar esa semana escogió quedarse con nosotros y disfrutar sus tiempos. De ahí en adelante, mi tarea y la de todos fue ayudarla a tener la mejor vida.
En lo personal, esta semana comenzó mi proceso de duelo, pues había develado, por primera vez, que no tendría a mi madre físicamente conmigo para siempre...era tiempo de guiar y dejarme alumbrar…
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