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El Resplandor



Cada mañana me asomaba sigilosamente a la puerta de su habitación para ver cómo estaba…. para ver, si es que seguía en su silencio…ver, si es que seguía aquí…

Ese día la encontré sentada en la cama tratando de mover la persiana, buscando ver si había amanecido. Todos dormían aún, así es que me acerqué con cautela y me volví a encontrar con sus ojos vivaces. A mi saludo respondió sin dificultad, hilando cada una de las frases… no había señales de su accidente vascular. Con desconcierto le pregunté si necesitaba algo y respondió coquetamente que le gustaría comer algo sabroso.

Llevabas siete días casi sin hablarnos y hoy volvías a aferrarte a la vida.

Todo era desconcertante, ya no sabía mucho qué pensar. En algunos momentos sentía que esto era un nuevo ciclo y que tal vez mi madre estaría así mucho tiempo. El médico nos habló que esta etapa se conoce como lucidez paradójica, en la cual, muchas personas vuelven a conectarse sorpresivamente. Y ciertamente eso me provocaba sorpresa, y no sólo porque su estado era tan distinto a los días anteriores, sino porque en esos días fue apareciendo algo más profundo…apareció el resplandor de su esencia…la esencia sin ropajes.

Durante todos esos días le robaba color y sabor a la vida mientras hablabas sin parar. Imaginaba que había desobedecido una vez más a su padre. Imaginaba que le había dicho que aún no se iría, que tendría que esperarla un poco más…

Esa semana estuvo llena de detalles. Pediste que te pintemos las uñas y volviste a usar tu labial y las cremas con suaves olores. Nos pediste distintas comidas con fuerte sabor dulce… era tan bello verte como saboreabas, aunque fuese una pequeña cucharada de manjar…

Una tarde nos pidió que le cantáramos. Con mi hermana sin pensarlo comenzamos a cantar, mientras ella mantenía sus ojos cerrados escuchándonos atentamente. Al terminar le preguntamos si es que quería otra canción y respondió seriamente que no… entendimos que no habíamos cumplido muy bien sus expectativas…nos reímos entre las tres.

Tú querías salir y volver a pasear, pero despertaste en la semana más lluviosa del año, con fuertes ráfagas de viento que nos impedía cumplir ese deseo. A cambio, mi hermana la agasajó con todo tipo de cuidados…le hacía masajes y mientras yo no estaba, hacía intentos inapropiados por tratar de sacarla de la habitación. A mi regreso jugaba a regañarlas y mi madre me miraba sonriente como una niña maldadosa.

Así también, esos días volvió a querer escuchar los mensajes que le llegaban. Si bien ya no podía contestar, los escuchaba todos y me dictaba su respuesta. Necesitaba decirle a cada uno y una cuántos los quería y desearles lo mejor. Por las tardes, volvió a pedir música y esperaba que sus nieta y nieto se fueran a sentar junto a ella. La complicidad era con ellos, para ellos millones de besos y abrazos. Esa semana la casa volvió a llenarse de conversaciones y risas.

En su despertar volvió a ocuparse de las cosas mundanas. Me preguntó muy seria qué estaba pasando con su departamento y con temor comenté que estábamos vendiendo las cosas…pidió que la sentáramos y nos dijo que eso era lo que había que hacer...tomé su mano y le dije no te preocupes por nada, todo estará bien.

Día tras día se mantuvo lúcida y atenta a cada uno de nuestros movimientos y conversaciones. Estaba pendiente de si pasaba por fuera de su pieza para regalarme una sonrisa. Yo sabía que ya no veía tan bien, pero sabía también, que tenía mis formas en su retina. Habíamos hecho ya tantas cosas a esa altura, habíamos hablado de lo necesario, pero aún faltaba…

Desde que era pequeña, frente a algún gesto mío, mi madre me decía que me conocía, que sabía lo que me estaba pasando, que por algo me había parido. La mayoría de las veces no le creí, era imposible que supiera lo que pasaba por mí…pero esos días entendí que era cierto…ella sabía.

Una tarde, como cualquier otro momento, me senté en el sillón junto a su cama para tomar y acariciar su mano, y de pronto, con su mano tomó mi cabeza y la llevó hacia su pecho. Era algo que yo quería hacer hace tanto, pero no me atrevía. Y ahí me encontré, de pronto en su regazo, sintiendo su aroma y no queriendo apretarla pero tampoco soltarme ...de a poco me dejé abrazar por su calor.

Nos quedamos ambas en silencio, mientras ella tomaba cada mechón de mi cabello…eras tú acariciando a tu niña, y era yo dejándome acariciar por ti, sintiendo como nuestros latidos se armonizaban y se volvía a plegar nuestra piel.

Eran nuevamente nuestros momentos…tú y yo así de cerca y sin disfraces, desnudando toda nuestra fragilidad. Me dejé acariciar como nunca antes o como antaño, no había tiempo en esos abrazos y redescubrí cuanto me gustaba y necesitaba. Desde ese día, puse mi rostro en su pecho diariamente para dejarme consolar como sólo ella podía hacerlo. Ya no había tantas palabras, ya no las necesitábamos, ahora sólo nos quedaba la piel con piel.

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