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La Templanza


Desde el primer momento le dije a mi madre y hermanos que cuando fuese necesario, yo traería a mi madre a mi casa. A ella se lo repetí en varias oportunidades, pues sabía lo buena que era para darle miles de vueltas a las cosas e imaginar miles de escenarios.

El día había llegado y me levanté muy temprano para ordenar la que sería su pieza. Despejé el clóset, arreglé la cama con los cojines y pié de cama que ella había bordado, así como también, colgué fotos de sus padres y nietos para que los tuviera a la vista. La idea, era que ella sintiera que ese era su lugar.

Fui a buscarlas a mediodía y encontré a mi madre casi lista. Afortunadamente los nuevos remedios habían hecho buen efecto y no sentía ningún dolor. Estaba terminando de peinarse y aplicarse su infaltable labial. Me metí al baño a ayudarla a cerrar sus cremas, pues su falta de motricidad se lo impedía. Mi hermana tenía la capacidad y paciencia de indicarle como hacerlo por ella misma, mientras que para mí, era más angustioso evidenciar su dificultad.

Salimos del departamento con sus cosas de uso personal, sus plantas y el canario… es increíble como esas cosas pasaron a ser lo único necesario.

Al subir al auto una vecina se asomó por su ventana para preguntarle si iba de paseo, ante lo cual ella solo sonrío, mientras que a nosotras nos dijo que se mete la señora copuchenta. Nos reímos a carcajadas, pues ahí estaba mi madre de vuelta, con su humor y haciendo alusión a una de las cosas que más le molestaba, que era que la gente que se insmiscuya en la vida ajena.

El viaje fue cortito, pero ella estaba muy contenta de volver a salir después de tantos días de encierro. Mi hermana, entre risas, le dijo que aprovechara el viaje pues éstas eran sus vacaciones. Me pareció genial la analogía, así es que seguí la corriente y le dije que eso era …nos íbamos de vacaciones, no muy lejos por la pandemia, pero que la idea es que fuera con nosotras a disfrutar. Al llegar a mi casa le gustó como había quedado la habitación y juntas ubicamos donde viviría, de ahora en adelante, su canario Pepito.

El día estaba radiante y empezamos a idear distintas actividades. Seguimos con la imagen de las vacaciones y de ahí en adelante nos referimos a mi casa como el hotel 5 estrellas en el cual estábamos a su servicio. Para aprovechar el calorcito la sacamos al patio a tomar sol, así como lo habíamos hecho juntas tantas otras veces. Le quisimos sacar una foto y a pesar que a ratos se perdía y no se lograba ubicar bien, nunca perdió el sentido del glamour. Pidió que la esperaran para arreglarse y posó sonriente como siempre.

Ese día pidió acostarse temprano pues se sentía cansada, como ella misma dijo había sido un día intenso y señaló: me tengo que acostumbrar a este nuevo cambio. Me senté a su lado mientras ella miraba la habitación y expresó en voz alta que había recorrido muchos lugares, pero que éste ya era el último en el que estaría, ya no quería recorrer más.

Por la tarde vinieron a visitarla su hermana y sobrinos, mientras yo seguía acomodando las cosas que me había traído de su casa. En medio de mi trajin, escuchaba carcajadas desde su pieza…ahí estaba mi madre haciendo bromas, haciéndolos reír.

Los primeros días que llegó a mi casa aún se lograba levantar. Mi hermana se encargaba de ayudarla a bañarse y arreglarse, lo cual tomaba tal cantidad de tiempo, que finalmente lograba estar lista cerca de la hora de almuerzo. Después de esto, caminaba un breve tiempo y volvía a acostarse, pues se cansaba muy rápidamente.

Mi hermana le fue poniendo viveza a la convivencia. Durante el día le ponía música, bailaba y cantaba para hacerla sonreír. Mi madre lo disfrutaba, sin embargo, se quedaba muchas veces en silencio… yo la contemplaba de lejos, imaginando todos los recuerdos que se le podrían estar viniendo a la mente. Imaginaba su cabeza llena de imágenes…padres, hermano/as, primos/as, amigos/as de su infancia y juventud… sus amores y de ella en esos otros tiempos.

Mi hermana además, fue inventando distintas jugarretas, como pelearnos entre nosotras por estar cerca de ella o acusarme por alguna situación. Mi madre nos seguía el juego, y así a ratos, volvíamos a ser sus niñas.

El día martes se sentó a almorzar como siempre, pero en ese momento con mayor dificultad para comer sola. Con la garganta hecha un nudo entre mi hermana y yo le comenzamos a dar la comida lento y tranquilo, mientras tratábamos de seguir cualquier conversación…lo importante es que ella se sintiera digna hasta el final.

Luego del almuerzo, mi madre pidió que la ayudara a sentarse en el sillón. Me tomó la mano y suavemente me dijo que quedaba poco tiempo, que ya lo sentía. Con los ojos llorosos le pregunté si se sentía cansada, a lo que me contestó que sí. Mi hermana se sumó en ese momento a la conversación y nos abrazamos fuertemente entre las tres. Nos miró a cada una y comenzó a hablar…nos dijo que ya sabía que no vendría a buscarla, nos dijo, que se le estaban acabando las fuerzas… y tocando nuestros rostros nos pidió que no sufriéramos, pues a ella también le costaba mucho dejarnos. Vi su dolor y entendí en ese momento que tanto para ella como para nosotras era tan difícil separarnos. Desde ese momento la misión fue ayudar a transitar para que fuera más fácil el soltarnos, aceptar y comenzar una nueva vida.

Desde ahí en adelante con mi hermana, sin ponernos de acuerdo, empezamos a repetirle cada vez que le ocurría algo nuevo que “todo estaba bien”, que ya no se preocupara y que “nosotras estábamos bien”.

Se hizo costumbre en esta semana que durante las tardes, luego de su larga siesta, mis hijos la acompañaran a ver su teleserie. Más veían los niños que ella, pues desde hace un tiempo nos comentaba que ya no entendía de qué se trataba la historia. Su mirada se veía perdida y sólo le interesaba escuchar las voces y sobre todo, que alguno de nosotros estuviera a su lado tomándole la mano...apretaba muy fuerte.

Mi madre apenas cinco días atrás había entrado caminando a mi casa, pero esa mañana de miércoles, al tratar de levantarse, sus piernas ya no la sostenían. Llegaba el momento de no solo prestarle mi voz sino también mis piernas.

Por la tarde recibimos la primera visita del médico de cuidados paliativos. Tuvimos una larga conversación con él, en la cual no sólo hablamos del estado de mi madre, sino también de nuestros temores. Estábamos muy expectantes respecto a qué otras cosas podían ocurrirle a mi madre, queríamos sentirnos preparadas.

Recuerdo que nos señaló dos aspectos que me parecieron claves y me acompañaron los siguientes días. Lo primero fue decirnos que confiáramos en nosotras, pues frente a alguna nueva dificultad sabríamos, como hijas, qué hacer. Y así fue, pues con mi hermana, sin necesidad de ponernos de acuerdo supimos que ir diciendo y haciendo en cada minuto. Las dos estábamos en lo mismo, que era otorgarle las mejores condiciones.

El segundo punto importante que nos dijo, fue que desde su experiencia las personas tienen una muerte similar a como ha sido su vida. Esta segunda frase la fui entendiendo con el tiempo y valorando la fortuna de ver a mi madre en todo su esplendor. Fui viendo que cuando ya sueltas las amarras, aparece la esencia…la pude ver y verme.

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