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La esperanza



Comenzamos esa semana ya sabiendo la noticia que te quedaba y me quedaba poco tiempo. Amanecí con una tristeza profunda, pero con la fuerte convicción que el cómo nos viviéramos este proceso haría la diferencia.

Las primeras conversaciones de la mañana me permitieron indagar en cómo estabas afrontando el tema. En mi primer llamado telefónico te encontré con la actitud de siempre, con ese coraje tan tuyo. Ante mis preguntas me señalaste que estabas bien y que había que echarle para adelante… no me extrañó tu respuesta…tú seguías aquí.

Mi madre podría haber tomado distintos caminos para enfrentar esa semana, pero estaba dispuesta a luchar, ella nunca fue fácil de derrotar. La ví seguir y hacer sus actividades rutinarias. Se levantó a la misma hora, se preocupó de asear su casa y cuidar de su canario…estoy segura que le siguió hablando e incitando a cantar como cada día.

Su mayor interés por esos días era que nos contactáramos los antes posible con su oncólogo. Entendí que necesitaba escuchar de él qué estaba ocurriendo y conocer las posibilidades...comprendí que mantenía la esperanza

Yo no quise desalentarla en nada, sólo escuché en silencio las explicaciones que ella se daba… sentí que no era tiempo de hablar, ni planificar, era un momento sólo para escuchar y acompañar.


El único cambio que me pareció prudente en esta etapa, fue traerla a mi casa todos los días a almorzar y pasar parte de la tarde juntas. Con esto le ahorraba el trabajo de prepararse almuerzo (lo cual siempre le cargó), y además, evitaba que estuviese sola esas horas del día, que a mí siempre me han parecido tan largas.


Fui por ella cada día. Le avisaba apenas iba en camino, y así, me la encontraba a mitad de calle esperándome con su gorrito de lana rojo. Al subirse al auto nos saludábamos como siempre, escondiendo la pena con alguna humorada.


En tiempos de pandemia todo se hacía más complicado. Mi hermano viajó desde otra ciudad a buscar los exámenes para llevárselos al oncólogo a Santiago. El resto de la semana fue nuestra tregua, porque tendríamos que esperar hasta el viernes para poder reunirnos con el médico por videoconferencia. La cita quedó programada para las 16:00 hrs…la esperanza tenía un horario.


El día miércoles mi madre quiso quedarse en su departamento pues iría su hermana a almorzar con ella. No quise ir en ese momento porque me pareció importante que ellas estuvieran solas y compartieran tranquilas. Pasé por su casa más tarde, pues me interesaba ir viendo sus procesos emocionales. Seguía mostrándose tranquila y lo único que le interesaba era conocer la opinión del oncólogo.


En medio de esta espera, el jueves fue el cumpleaños de mi hija, quien era muy amada por mi madre. Ese día se preparó para venir a almorzar con nosotros y celebrar a su niña.


Mi madre se veía tranquila pero silenciosa, cuestión tan poco común en ella. Yo empezaba a extrañar que hablara fuerte y constante.


Mientras veía a mi hija disfrutar de su día era inevitable mirar atentamente a mi madre, como queriendo que no se me olvidara nada. Sabía que ella estaba en lo mismo, observando cada detalle, quizás intuyendo que ese era el último cumpleaños que disfrutaríamos en familia. Se veía radiante, sonriente, y yo hice lo mismo… por mis hijos y por ella, en honor a tanto esfuerzo que hacía por verse bien.


Llegó el día y hora de la cita con el oncólogo. Previamente noté a mi madre nerviosa, por lo que traté de ponerle otros temas, hasta que llegó el momento en el que nos comunicamos con el médico a través de la pantalla, de esa pantalla que separaría la esperanza de los futuros quebrantos.

Acomodé la silla de mi madre frente al computador, pues era ella quien debía hablar. Yo me senté más atrás con el fin de contenerla para lo que viniera, y mi hermana se sumó desde su celular…estábamos las tres ahí, desde lugares tan distintos. 

El médico -quien la conocía-, tuvo la capacidad de explicarle con calma lo que estaba pasando y darle sólo la alternativa de una nueva radioterapia, pero advirtiendo que a estas alturas eso no aseguraba nada. También fue capaz de hablarle en los términos de mi madre y apelar a que sabía que ella no quería ir nuevamente a un hospital. Las alternativas entonces eran: pasar por un nuevo procedimiento sin garantías de nada, o seguir su vida cerca de los suyos.

Mi madre finalizó ese encuentro indagando en la esperanza, preguntándole al médico cuánto tiempo me queda. El médico explicó que no podía dar fechas exactas, sino más bien promedios. En su caso, le señaló, podemos estar hablando de algunos meses o en el mejor de los escenarios, aunque menos probable, hasta un año.

Al término de la videoconferencia nos fuimos a su casa. Al llegar, ella rompió el silencio aclarándome que no se haría nada, y explicándome que prefería seguir disfrutando de la vida donde estaba y aprovechar todos los meses que quedaban. Entendí en sus palabras que se aferraba a las mejores posibilidades, ella pensaba en meses, pensaba en la navidad y en su próximo cumpleaños…seguía su esperanza.

Podría haberle dicho que se hiciera la radioterapia, podría haberle dicho que creyera en esa posibilidad, podría haberle pedido que siguiera, que no se dejara derrotar…pero tenía a mi madre frente a mí con toda su historia, la tenía frente a mí con todas sus luchas y cansancios. Además, en el contexto de crisis sanitaria, sabíamos que si es que ingresaba a algún hospital lo más probable es que no pudiéramos verla más...ella lo sabía y todos nosotros.

Ella quería quedarse con nosotros, yo lo quería …nos quedaba tiempo…desde ese día nos sumergimos en otras esperanzas.

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