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El Quebranto




Durante la tercera semana la fuerza de mi madre decayó…se veía abatida y me pareció que no sólo era físicamente sino también del alma.


El lunes en mi primera visita de la mañana la encontré malhumorada…molesta por su cansancio, puesto que le impedía hacer sus cosas al ritmo acostumbrado. Además, ese día su nieta se devolvía a su casa y yo sabía que eso la ponía triste...quizás a esas alturas ya pensaba que cualquier despedida podía ser definitiva.


Me quedé preocupada, por lo que más tarde fui con mi hija nuevamente a visitarla. Mi padre me abrió la puerta con su rostro triste. Mi madre estaba acostada y sin fuerzas incluso para hablar. Traté de entablar alguna conversación, pero ella no logró seguir el hilo, cuestión que veía que ni siquiera le preocupaba. Antes de salir de ahí nos abrazamos con mi padre, a los dos nos dolía mucho verla así. Era tan difícil ver que el alma de la fiesta, de nuestra familia se estaba apagando.


Ese día sentí una segunda pérdida…mi madre ya no era la misma. En apenas unas semanas habían pasado más de cinco años por su cuerpo…mi madre iba perdiendo el control de la vida.

Mientras iba en el auto de regreso a mi casa tuve que parar a media cuadra, pues el llanto se vino desde lo más hondo, no lo podía contener. Mi hija me tomó la mano en silencio y me dejó amorosamente sacar la pena. Recuerdo que le pedí disculpas por mostrarme así frente a ella, ante lo cual me aclaró que no le complicaba y que ella me quería acompañar.


Los siguientes días fueron iguales. Mi madre había abandonado casi todos sus quehaceres, menos el preocuparse del orden y limpieza de su cocina y baño. Se levantaba y caminaba muy lento para volver rápidamente a la cama y quedarse en silencio.


En esos días mi mamá dejó de contestar sus llamadas y los mensajes que le escribían por el celular, pues no veía bien y ya no sabía cómo usarlo. A mí me interesó que siguiera en contacto con la gente, por lo que desde esa semana me fui convirtiendo en su voz.


Comencé a hacerme cargo de su celular…de las llamadas, mensajes, canciones que le llegaban… fui entrando en su espacio de intimidad…de aquello, que sin saber en esos momentos, me llevaría hacia mi propio ser y estar.


Me fui abriendo entre los recovecos que me dejaba. Todos los días me contacté con personas que yo conocía, pero también con otras que eran parte de su historia … amigas de la infancia, compañeras de colegio, de trabajo, amores de la vida.


En este ejercicio que parecía trivial, fui descubriendo que no solo era mi madre, sino que era tantas cosas para otros. Diariamente le leí todos los mensajes que llegaban y algunos los lograba contestar con audios, con una voz tenue, tan distinta a su voz fuerte e imponente...


El avance de esta semana estaba siendo duro para todos, por lo que iba a su casa más de lo habitual, para acompañar a mi padre y luego a mi hermana, quien llegó a mitad de semana para quedarse unos días.


La llegada de mi hermana fue un bálsamo de alivio, pues ya no estaría tan sola viviéndome esto todos los días, no sería solo yo la que vería pasar la vida frente a mí.


Para mí hermana no fue fácil encontrarse con ella en este contexto, puesto que hasta el momento sólo tenía la impresión de lo que mi madre quería mostrar a través del teléfono. Mi madre siempre tuvo la tremenda habilidad para mostrarse bien ante los demás, por lo que era capaz de confundir a cualquiera, si es que sólo se quedaban con lo que ella decía en una videollamada.

Al final de la semana tuvimos que tomar nuevas decisiones. Los dolores de mi madre no cedían, ya apenas soportaba estar un breve tiempo en pie, por lo que volvimos a llamar al geriatría para pasar a otro tipo de medicamentos.


El médico la visitó en su casa y se quedó impresionado por el deterioro sufrido en tan poco tiempo, que como nos explicó, hablaba del progresivo avance de su enfermedad, y ante nuestra pregunta final nos dijo que creía que quedaba un mes o un poco más...

Ante este escenario, mi hermana decidió que era el momento de pedir su permiso laboral y quedarse todo ese mes para cuidarla. Ese mismo día comenzamos a organizar que al día siguiente mi madre se fuera a vivir a mi casa, pues esto nos permitiría estar las dos cuidando todo el tiempo de ella.


Había llegado el momento de sacar a mi madre de su casa. Le había prometido y cumplido que estaría ahí hasta que tuviese fuerzas, pero ya las cosas habían cambiado…

Con mi hermana nos sentamos a hablar con ella y le explicamos la situación, la cual no fue muy bien recibida en su momento, especialmente porque no quería ser una molestia o carga en mi casa. Le aclaré que eso no era así y que estábamos todos contentos con que se fuera con nosotros.  


Nos preguntó qué pasaría con sus cosas y le dijimos que no se preocupara, que todo quedaría tal cual y que no moveríamos nada… veía en sus ojos esa luz de esperanza de poder regresar.

Finalmente aceptó que era el momento de irse y se incorporó en la cama para darnos las instrucciones de qué deberíamos llevar. Esa noche dejamos listos los bolsos y quedamos en que yo iría por ellas a la mañana siguiente….ese sábado en el que comenzaría su último mes, ahora en mi hogar.  


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