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El Anuncio




Como a la mayoría de las personas nunca me ha gustado hablar ni pensar en la muerte, pero esa mañana del 25 de mayo se me presentó sin aviso y fui obligada a mirarla y a seguirla…perderme en el mar…


Como cada lunes, empecé temprano mi trabajo, pendiente en llamar a mi madre a medio día para saber de los resultados de su scanner, al cual la había acompañado hace apenas 5 días atrás. No quería pensar mucho en eso, por lo que me concentré en mis quehaceres, pero a las 11:54  me llegó el primer mensaje de mi hermano con fotos del informe con los resultados, adjuntando el mensaje: está complicado el tema. Le pedí que me lo mandara y por supuesto que no era fácil de entender, pero tampoco se podían negar palabras claves que aparecían, en las cuales se hacía referencia a metástasis y aparecía compromiso en páncreas e hígado.


Sin mayores comentarios, salí de inmediato en dirección al departamento de mi madre que estaba a 5 cuadras. Ella me recibió con el informe en sus manos. La miré y sólo se me ocurrió prepararme un café.  Mi madre con calma me explicó que no había podido leer el informe puesto que no lograba ver bien.  Hasta ese día jamás me había dicho tamaña dificultad, por lo que entendí que no quería leerlo sola. En efecto, me pidió que se lo leyera y explicara…. y ahí comenzó para mí un largo transitar respecto de qué decir y de qué manera…


Las cegueras a ratos sirven, pues al igual que ella, me escudé en que yo sin mis lentes tampoco veía bien. Necesitaba alargar un poco el tiempo, no sabía qué hacer con esa información frente a la mirada expectante de mi madre, de la cual sentía que sólo esperaba que le dijera que todo estaba bien.  


Esa misma tarde tenía la hora con el geriatra, la cual había agendado previamente, entonces yo necesitaba esas horas, necesitaba que alguien nos explicara qué estaba pasando. Sin más palabras, quedé en pasar por ella más tarde para ir al médico juntas. Necesitaba salir de ahí, necesitaba aire…


El médico nos recibió sonrientes, expresión que comenzó a cambiar mientras leía el informe. Mi madre y yo permanecíamos expectantes cada una en su silla. De pronto se rompió el silencio y de paso el corazón, cuando el medicó se dirigió directo a ella y le comenzó a decir que no se preocupe, que para estas situaciones la medicina ha avanzado mucho y que existen muy buenos medicamentos paliativos. El nombre resonó en mi cabeza, lo paliativo alivia pero no sana.

Escuchamos cada uno de los detalles sin mirarnos entre nosotras, mantuvimos los ojos bien abiertos, e incluso dejé de pestañar para que no salieran mis lágrimas a borbotes. A cambio, tomé apuntes de todos los procedimientos que debía seguir, acatando la instrucción final, que fue que antes de iniciar cualquier tipo de tratamiento era bueno que nos comunicáramos con el oncólogo.


Nos retiramos sin palabras hacia su departamento, en medio de llamados de mis hermanos que necesitaban también sus propias respuestas, pero no les podía hablar, desde ese minuto mi atención se centró hacia mi madre, en su sentir y por sobre todo en sus necesidades.

De regreso en su casa, el dolor se apoderó de nosotras, y lo único que pudimos hacer  fue abrazarnos y llorar… hasta que suavemente recuerdo que me dijiste ya no llore más mi niña, hemos podido estar juntas. Y sí, lo habíamos estado, durante tantos años, más aún en los últimos meses, pero necesitaba decirte que aún no era suficiente para mí.


Luego de eso tratamos de tomarnos un té, mientras sólo la miraba esperando cualquier señal y palabra suya. Las palabras no salían fáciles, entendía su aturdimiento pues también era el mío…nos ahogaban las marejadas.


Tuvimos una breve conversación en la cual me hizo su primera petición. Fue clara en señalarme que no quería sentir ningún dolor. La volví a abrazar, haciendo a su vez mis tres promesas. Te prometí madre, que haría todo lo que estuviese a mi alcance para que no sintieras dolor; te aseguré además, que te quedarías en tu casa hasta que tus fuerzas te lo permitieran, pues sabía lo importante que era para ti tu independencia y autonomía;  y lo más decidor para mí, te dije mirando a los ojos que no te dejaría estar sola en esto. 


No tenía palabras para darle expectativas, no quise engañarla diciendo que nada pasaría, pero sí necesité decirle y aclararle que no estaba sola, que nunca lo estaría, por lo que antes de despedirme le repetí varias veces  mamita pase lo que pase estaré contigo hasta el final


Luego de esta breve conversación, me pediste que me fuera a descansar, pues tú también querías acostarte temprano… y nos referimos a lo frío del día. Y sí, me fui de regreso a casa porque entendí que necesitaba su tiempo, así como el mío. La muerte estaba anunciada, y tanto ella como yo no sabíamos cómo seguir…esa noche había que descansar, pensar, sentir…


Además, sabía que más tarde la llamarían cada uno de mis hermanos y su hermana. Creí prudente que tuviera el espacio y tranquilidad para hablar con cada uno de ellos tranquila, así como también, para que sintiera e hiciera lo que quisiera…sin mi angustia por retenerla.

Fue una noche muy larga y triste, fue una noche para llorar y enojarme con la vida. Mientras me daba una y otra vuelta por mi casa a oscuras, no dejaba de pensar en cómo estaría ella. A mí me dolía perderla, pero era ella quien se enfrentaba a su propia muerte…


Me seguía dando vueltas y vueltas, pensando e ideando en cómo lo haría para ayudarla, en cómo enfrentaría mis propios miedos y pena, de dónde sacaría fuerzas para sostenerla hasta el final. 


Sólo ya muy adentrada la noche, con un cansancio enorme en el cuerpo, entendí que lo único que tenía y de lo cual podría agarrarme para enfrentar esto era el profundo amor que sentía (y siento) por ella. Entendí que era un tiempo para mirarla y escucharla y que sólo así sabría que ir haciendo.... sentí que sólo ella me guiaría. 


Antes de cerrar los ojos para dormir, me advertí que esto no sería fácil. Me prometí a mí misma ser valiente para comenzar el mañana, ese mañana, que hasta ese día, no sabía que sólo serían 8 semanas más… 

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